martes, 10 de julio de 2012

La Huerta de Valencia: un paisaje milenario diseñado, una obligación por documentarlo


Huerta y skyline de Valencia
Lejos de una visión pintoresca y costumbrista al estilo de Sorolla o Agrassot, la Huerta de Valencia ha sido un espacio armónico diseñado para la vida en sus múltiples facetas del trabajo, del hábitat, de las relaciones sociales, lúdicas… La Huerta, un paisaje donde casi nada puede calificarse de “natural”, entendido como salvaje, es el resultado de un territorio ordenado y bien calculado. Las acequias circulaban por donde debían circular, optimizándose los recursos y minimizando los esfuerzos en infraestructuras. Los caminos cubrían todo el territorio de manera satisfactoria. Los molinos se colocaron allí donde no entorpecían el riego. Las alquerías y barracas, aún en régimen disperso, presentaban pequeñas concentraciones junto a las vías o acequias. No se extendían de manera caprichosa, imponiendo en tal caso la necesidad de crear infraestructuras que restasen espacio o dificultasen la explotación agrícola.
Y llegados a este punto, a la explotación agrícola, las parcelas constituían un mosaico perfectamente ensamblado, gestionado y calculado. Se  intentaba que ninguna se viera marginada por cuestiones de accesibilidad al paso o al riego.
Sin embargo, la Huerta no ha sido una especie de Arcadia feliz. El trabajo en el campo es duro, a veces frustrante y, como en el caso actual, poco o nada fructífero.
Tampoco ha estado libre de inseguridad o violencia. Baste recordar las garitas defensivas que todavía se pueden ver en muchos edificios de la huerta. Pero esta profesión, este estilo de vida, que es la del huertano, era querida por sus gentes, añorada hoy ante su desaparición y habitualmente recordada con iguales dosis de rabia y nostalgia ante su drástica aniquilación.
La anciana propietaria de la Alquería del Raio en el Pouet de Campanar me dijo un día con lágrimas en los ojos, ante su expulsión de la alquería que la vio nacer “- xiquet, i ara que faré?”, mientras estudiábamos algunas de las alquerías de esa partida hacia el año 1998. La muerte era prácticamente lo que le quedaba por esperar.
Nel.lo el Xurro en su bicicleta en una Huerta casi imposible
Dos ilustres labradores de la Huerta de Campanar, Nel.lo el Xurro y Juan Balbastre, Chuano el de Marcela, nos contaron mientras realizábamos una prospección en la partida de Dalt de Campanar, que la tierra ya no vale como huerta, sino como espacio especulativo. “- Sólo los precios de los fertilizantes se comen las pocas ganancias que se obtienen de una cosecha”. Cultivar la tierra se convierte cada vez más en un ejercicio de RESISTENCIA!.
El territorio se comprende, se vive y se personifica a partir de hitos familiares. La destrucción de los hitos de la memoria es la ruptura (la “muerte”) del propio espacio vivido.
La red de acequias, la trama de los caminos y el poblamiento disperso y concentrado de la Huerta son los elementos en fase terminal, como si de un enfermo se tratara, que requieren una inmediata documentación.
La tierra, el agua y las personas son la Huerta. El directo acceso al agua para el regadío es, sin duda, uno de los factores fundamentales en el diseño del territorio. En su conjunto, los sistemas hidráulicos que forman la Vega de Valencia, muestran de manera modélica el trazado arborescente de las acequias, característica que ha sido subrayada constantemente como un referente de su pasado islámico. Forman abanicos densos, que se abren en ejes principales, fruto de la derivación de brazos de las acequias madres, y se ramifican mediante filas y rolls, hasta las más pequeñas arterias: las regadoras que llegaban a cada una de las parcelas.
La Huerta, como espacio plenamente antropizado que ha sido de manera secular, con un diseño milimétricamente estudiado para su explotación agrícola, ha contado, como es lógico, con una densa red de caminos que permitiera, en última instancia, acceder a cualquier parcela de este territorio.
La red viaria se caracteriza por ser una trama debidamente jerarquizada que no deja resquicios incomunicados. Desde la ciudad de Valencia, centro de todo el territorio de la Huerta, se aseguraba la total comunicación entre ésta y las localidades huertanas, entre aquellas y los núcleos menores de población (barrios, pedanías, agrupaciones de alquerías) y por último con el poblamiento disperso representado por las casas, alquerías y barracas de la huerta. Finalmente, la gente de la huerta podía llegar a cualquier parcela a partir de los caminos de enlace más pequeños.

En cuanto al poblamiento de la Huerta, el modelo general es el de una organización dispersa de la población en viviendas aisladas, íntimamente relacionadas con el espacio que gestionan. Este poblamiento, en su conjunto, es el resultado de un largo periodo de formación, desarrollo y mantenimiento del mismo, que abarca desde la baja Edad Media hasta bien entrado el siglo XX. Durante esta dilatada etapa se siguieron estrategias de ocupación del territorio basadas en las directrices que marcan los sistemas de regadío, las vías de comunicación y el propio diseño de las parcelas de cultivo.
Se han observado patrones de asentamiento que dan como resultado un diseño bien calculado del paisaje organizado en unidades de explotación de la tierra que tienen como centro neurálgico a una gran alquería. En la órbita de estos centros se daban cita las viviendas de las familias de aparceros o arrendatarios (casas o barracas) que completaban la malla del poblamiento.
Hoy las gentes que nacieron y vivieron en la huerta (sobre todo las del término municipal de Valencia) son cada vez menos y muy pocas viven en ella. Recuperar su memoria es un reto para el que nos queda poco tiempo.
Otro tanto se podría decir de los paisajes valencianos de montaña y el secano. El parón urbanístico e inmobiliario que estamos viviendo puede traducirse, desde una visión optimista, en un respiro para el Territorio, ante tantas presiones y agresiones sufridas en los últimos años.
Para los profesionales del Patrimonio es una obligación aprovechar el tiempo que se nos conceda, para debatir estrategias de futuro y, sobre todo, adquirir la formación y las competencias teóricas y prácticas, de las que en demasiadas ocasiones hemos carecido en el pasado reciente, antes de que se desate una nueva oleada de transformación paisajística.  ¡Eso sí, si los incendios no lo fuerzan antes!.

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